Jane Goodall: "Necesitamos esperanza, inspiración y acción para salvar la Tierra"
La fundadora del Instituto Jane Goodall comparte sus reflexiones tras asistir a la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos
Viajo por el mundo 300 días al año y en todas partes me encuentro con jóvenes que han perdido la esperanza. Y sabemos que las tasas de suicido están creciendo. Si todos nuestros jóvenes pierden la esperanza, estamos condenados. Porque si pierdes la esperanza, te vuelves apático, te rindes y no haces nada. El futuro depende de que todos nos unamos ahora y hagamos algo para intentar curar el daño que hemos infligido a este planeta. ¿Cuánto tiempo podrá sobrevivir la Tierra si continuamos como hasta ahora?
He pasado muchos años viviendo en la selva, entendiendo la interconexión de todas las formas de vida. Allí aprendí sobre el comportamiento de los chimpancés y sobre este increíble ecosistema del bosque, donde cada planta y animal tiene un papel que desempeñar. Yo lo veo como un hermoso tapiz de formas de vida interconectadas. Pero a medida que el ser humano va ocupando más espacio con su ganado, su desarrollo y su deforestación, se va arrancando una hebra del tapiz, una tras otra, a medida que un animal o una planta concreta desaparece de ese ecosistema. Y si se quitan suficientes hilos, el tapiz quedará hecho jirones y el ecosistema colapsará.
Debemos darnos cuenta de que los humanos no estamos separados del mundo natural. Mucha gente vive en ciudades y no es consciente de que dependemos del mundo natural para todo: comida, agua, ropa... Dependemos de ecosistemas saludables. Pero a medida que continuamos con nuestro egoísta desarrollo de este materialista estilo de vida, destruimos esos ecosistemas. Necesitamos una nueva mentalidad.
Paso mucho tiempo hablando con diferentes personas de todo el mundo: niños, directores ejecutivos, funcionarios gubernamentales y cualquiera dispuesto a escucharme. Me he dado cuenta de que si quieres cambiar a alguien, no sirve de nada discutir con esa persona, señalarle con el dedo y decirle: “Lo que estás haciendo es malo para las generaciones futuras”. No van a escuchar. No quieren escuchar.
Entonces, ¿cómo se cambia a la gente? Hay que cambiar a las personas llegando a sus corazones. Creo que cuando la gente cambia, tiene que ser su decisión cambiar desde dentro. Así que cuando hablo con estos responsables políticos que tienen tanta influencia sobre nosotros, intento encontrar una manera de llegarles al corazón. Y la forma que he visto más efectiva es contando historias.
Narrativas sostenibles
Os contaré una historia. Estaba hablando con un grupo de directores ejecutivos en Singapur. Uno de ellos era el director de una gran empresa multinacional. Dijo que en los últimos ocho años había estado luchando para que su compañía fuera sostenible y ética en los países donde obtienen los suministros, en sus oficinas en todo el mundo y en la forma en que tratan a sus clientes. Y había tres razones por las que quería que su empresa fuera más ética.
«Primero porque entendí las señales de que estamos usando los recursos naturales más rápido de lo que la naturaleza puede reponerlos en muchos lugares. En segundo lugar por la presión del consumidor: la gente está empezando a comprender y a ser más consciente. Están empezando a hacerse preguntas como ¿por qué este producto es barato?, ¿es por los salarios injustos pagados en otros países?, ¿es por algún tipo de esclavitud laboral?, ¿su realización fue perjudicial para el medio ambiente?, ¿fue cruel con los animales?. Pero aquí estamos. No parecemos entender el daño que estamos haciendo al planeta. Sin embargo, la tercera razón que desencadenó todo para mí fue cuando mi pequeña de 10 años regresó un día del colegio y me dijo: “Papá, me están diciendo que lo que estás haciendo está dañando el planeta. Eso no es cierto, ¿no papá? Porque es mi planeta”. Eso me llegó al corazón».
El mundo está inmerso en un desastre político, social y, por supuesto, ambiental. Durante esta semana en Davos me han preguntado muchas veces: “¿No crees que las terribles guerras en Gaza y en Ucrania están desviando la atención de la amenaza del cambio climático y la pérdida de biodiversidad?”. Y todos debemos, si tenemos algún instinto humano, sentir desesperación cuando pensamos en los niños en Gaza siendo operados y amputados de extremidades sin anestesia porque ya no queda. ¿Qué estamos haciendo con las personas que pasan hambre?, ¿qué podemos hacer al respecto?
No lo sé. Pero, aunque esto es terrible, y el hecho de que los ucranianos se adentren en un profundo invierno debería hacer sangrar nuestros corazones, esto no significa que no debamos centrar nuestra atención también en el cambio climático, porque afecta al futuro de nuestros hijos, nuestros nietos y los suyos.
Navegando hacia la esperanza y la acción
Veo a la humanidad como si estuviera en la boca de un túnel muy largo y muy oscuro. Y justo al final de ese túnel hay una pequeña estrella que es la esperanza. De nada sirve sentarse en la boca del túnel con los brazos cruzados a esperar a que venga esa estrella. No, tenemos que arremangarnos. Tenemos que trepar, arrastrarnos y sortear todos los obstáculos que se interponen entre nosotros y la estrella: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la destrucción del suelo con venenos agrícolas, pesticidas y herbicidas, el daño al océano con fertilizantes artificiales, y la pobreza. La pobreza lleva a algunas personas a destruir el entorno simplemente para ganarse la vida produciendo carbón o talando los bosques para obtener más tierra en la que cultivar alimentos para sus familias en crecimiento.
La buena noticia es que existen grupos de personas que abordan cada uno de los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día. Cada uno de ellos.
Lo triste es que muy a menudo la gente trabaja de forma aislada. Se concentran únicamente en resolver su problema. Por ejemplo, imaginemos que somos un grupo que lucha para cerrar una mina de carbón debido a todas las emisiones de dióxido de carbono (CO2) que produce. La cerramos, pero no hemos pensado de manera holística. No hemos pensado en todas las personas que perderán sus empleos y en cómo las estamos hundiendo en una pobreza profunda. Pero si empezamos a pensar holísticamente desde el principio, podemos encontrar maneras de ayudar a todas estas personas que pierden sus empleos a ganarse la vida, de modo que tengamos una situación en la que todos ganen.
Necesitamos colaborar y tomar medidas ahora. Muchas de estas grandes empresas son fantásticas: crean redes de trabajo y las personas se conocen y se inspiran mutuamente, lo que genera muchas cosas buenas. Como todos sabéis, hay muchas intenciones y compromisos para reducir las emisiones, pero muy rara vez se cumplen esos compromisos. El tiempo de hablar ya ha pasado. Lo que necesitamos ahora es actuar.
Mi mayor esperanza está en los jóvenes de hoy. En 1991 ya conocía a jóvenes de todo el mundo que habían perdido la esperanza, estaban enfadados, deprimidos o simplemente apáticos. Y me decían: “Habéis comprometido nuestro futuro y no hay nada que podamos hacer”. Les dije que eso no era cierto. Tenemos una ventana de tiempo. Si nos unimos, podemos empezar a hacer un cambio. Así comenzó el programa Raíces & Brotes del Instituto Jane Goodall.
Cada grupo Raíces & Brotes elige tres proyectos para ayudar a las personas, los otros animales y el medioambiente, porque todos están interconectados. Y lo que comenzó con 12 estudiantes de secundaria en Tanzania ahora está presente en 70 países en todo el mundo. Y estos jóvenes están plantando árboles, recogiendo plásticos y recaudando dinero para proyectos que les apasionan. Están cambiando el mundo mientras hablo.
Esperanza a través de la naturaleza, la innovación y el espíritu humano
Hay tantas razones para tener esperanza. Los jóvenes son mi principal razón. Mi segunda razón es la resiliencia de la naturaleza. A veces los humanos destruimos todo un ecosistema, pero si le damos tiempo, la naturaleza volverá. Y a los animales al borde de la extinción se les puede dar otra oportunidad.
Mi siguiente razón para la esperanza, la mayor diferencia entre nosotros y otros animales, es este desarrollo explosivo de nuestro intelecto. Y sí, otros animales son mucho más inteligentes y sensibles de lo que solíamos pensar. Hemos diseñado un cohete que subió al planeta Marte con un robot que tomó fotos. Y así vimos que nuestra esperanza de encontrar un planeta donde la vida pudiera continuar, un tipo de vida como la que conocemos, estaba condenada a fracasar.
Afortunadamente, hoy la ciencia está presentando soluciones innovadoras como capturar el carbón de la atmósfera y las energías renovables. Este es un gran paso adelante. Ojalá más personas hablaran de este tipo de soluciones tecnológicas, que son una manera de vivir en mayor armonía con la naturaleza.
Pero la naturaleza se protege a sí misma a través de los bosques, océanos, bosques de algas y humedales. Estos ecosistemas son las soluciones de la naturaleza al cambio climático. Son más baratas que algunas de las soluciones tecnológicas. Y ese es realmente el mensaje que he intentado dar en Davos: Al proteger el bosque y la Madre Naturaleza, la Madre Naturaleza nos ayudará a escapar del desastre que hemos creado.
Y mi última razón para la esperanza es el indomable espíritu humano, las personas que abordan lo que parece imposible y no se rinden, y muchas veces tienen éxito. Entonces, cuando nuestros grupos de Raíces y Brotes llegan al final de una sesión en las que reunimos cara a cara a grupos de diferentes partes de una ciudad, país o incluso mundo, se levantan y dicen: “Juntos podemos”, queriendo decir, que juntos podemos salvar el mundo. Y yo les digo: “Sí, podemos”.
Sabemos lo que debemos hacer. Entendemos las diferentes maneras en que podemos combatir y frenar el cambio climático. Pero ¿tenemos la voluntad?, ¿tienen los gobiernos la voluntad?, ¿tienen los ciudadanos la voluntad de hacer esas pequeñas concesiones? Si crees que todavía tenemos una ventana de tiempo, ¿te unes a mí para decir: “Juntos podemos, juntos lo conseguiremos, juntos debemos salvar el mundo”?
*Este artículo ha sido escrito por la Dra. Jane Goodall, Mensajera de la Paz de las Naciones Unidas y fundadora del Instituto Jane Goodall, en el Foro Económico Mundial
He pasado muchos años viviendo en la selva, entendiendo la interconexión de todas las formas de vida. Allí aprendí sobre el comportamiento de los chimpancés y sobre este increíble ecosistema del bosque, donde cada planta y animal tiene un papel que desempeñar. Yo lo veo como un hermoso tapiz de formas de vida interconectadas. Pero a medida que el ser humano va ocupando más espacio con su ganado, su desarrollo y su deforestación, se va arrancando una hebra del tapiz, una tras otra, a medida que un animal o una planta concreta desaparece de ese ecosistema. Y si se quitan suficientes hilos, el tapiz quedará hecho jirones y el ecosistema colapsará.
Debemos darnos cuenta de que los humanos no estamos separados del mundo natural. Mucha gente vive en ciudades y no es consciente de que dependemos del mundo natural para todo: comida, agua, ropa... Dependemos de ecosistemas saludables. Pero a medida que continuamos con nuestro egoísta desarrollo de este materialista estilo de vida, destruimos esos ecosistemas. Necesitamos una nueva mentalidad.
Paso mucho tiempo hablando con diferentes personas de todo el mundo: niños, directores ejecutivos, funcionarios gubernamentales y cualquiera dispuesto a escucharme. Me he dado cuenta de que si quieres cambiar a alguien, no sirve de nada discutir con esa persona, señalarle con el dedo y decirle: “Lo que estás haciendo es malo para las generaciones futuras”. No van a escuchar. No quieren escuchar.
Entonces, ¿cómo se cambia a la gente? Hay que cambiar a las personas llegando a sus corazones. Creo que cuando la gente cambia, tiene que ser su decisión cambiar desde dentro. Así que cuando hablo con estos responsables políticos que tienen tanta influencia sobre nosotros, intento encontrar una manera de llegarles al corazón. Y la forma que he visto más efectiva es contando historias.
Narrativas sostenibles
Os contaré una historia. Estaba hablando con un grupo de directores ejecutivos en Singapur. Uno de ellos era el director de una gran empresa multinacional. Dijo que en los últimos ocho años había estado luchando para que su compañía fuera sostenible y ética en los países donde obtienen los suministros, en sus oficinas en todo el mundo y en la forma en que tratan a sus clientes. Y había tres razones por las que quería que su empresa fuera más ética.
«Primero porque entendí las señales de que estamos usando los recursos naturales más rápido de lo que la naturaleza puede reponerlos en muchos lugares. En segundo lugar por la presión del consumidor: la gente está empezando a comprender y a ser más consciente. Están empezando a hacerse preguntas como ¿por qué este producto es barato?, ¿es por los salarios injustos pagados en otros países?, ¿es por algún tipo de esclavitud laboral?, ¿su realización fue perjudicial para el medio ambiente?, ¿fue cruel con los animales?. Pero aquí estamos. No parecemos entender el daño que estamos haciendo al planeta. Sin embargo, la tercera razón que desencadenó todo para mí fue cuando mi pequeña de 10 años regresó un día del colegio y me dijo: “Papá, me están diciendo que lo que estás haciendo está dañando el planeta. Eso no es cierto, ¿no papá? Porque es mi planeta”. Eso me llegó al corazón».
El mundo está inmerso en un desastre político, social y, por supuesto, ambiental. Durante esta semana en Davos me han preguntado muchas veces: “¿No crees que las terribles guerras en Gaza y en Ucrania están desviando la atención de la amenaza del cambio climático y la pérdida de biodiversidad?”. Y todos debemos, si tenemos algún instinto humano, sentir desesperación cuando pensamos en los niños en Gaza siendo operados y amputados de extremidades sin anestesia porque ya no queda. ¿Qué estamos haciendo con las personas que pasan hambre?, ¿qué podemos hacer al respecto?
No lo sé. Pero, aunque esto es terrible, y el hecho de que los ucranianos se adentren en un profundo invierno debería hacer sangrar nuestros corazones, esto no significa que no debamos centrar nuestra atención también en el cambio climático, porque afecta al futuro de nuestros hijos, nuestros nietos y los suyos.
Navegando hacia la esperanza y la acción
Veo a la humanidad como si estuviera en la boca de un túnel muy largo y muy oscuro. Y justo al final de ese túnel hay una pequeña estrella que es la esperanza. De nada sirve sentarse en la boca del túnel con los brazos cruzados a esperar a que venga esa estrella. No, tenemos que arremangarnos. Tenemos que trepar, arrastrarnos y sortear todos los obstáculos que se interponen entre nosotros y la estrella: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la destrucción del suelo con venenos agrícolas, pesticidas y herbicidas, el daño al océano con fertilizantes artificiales, y la pobreza. La pobreza lleva a algunas personas a destruir el entorno simplemente para ganarse la vida produciendo carbón o talando los bosques para obtener más tierra en la que cultivar alimentos para sus familias en crecimiento.
La buena noticia es que existen grupos de personas que abordan cada uno de los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día. Cada uno de ellos.
Lo triste es que muy a menudo la gente trabaja de forma aislada. Se concentran únicamente en resolver su problema. Por ejemplo, imaginemos que somos un grupo que lucha para cerrar una mina de carbón debido a todas las emisiones de dióxido de carbono (CO2) que produce. La cerramos, pero no hemos pensado de manera holística. No hemos pensado en todas las personas que perderán sus empleos y en cómo las estamos hundiendo en una pobreza profunda. Pero si empezamos a pensar holísticamente desde el principio, podemos encontrar maneras de ayudar a todas estas personas que pierden sus empleos a ganarse la vida, de modo que tengamos una situación en la que todos ganen.
Necesitamos colaborar y tomar medidas ahora. Muchas de estas grandes empresas son fantásticas: crean redes de trabajo y las personas se conocen y se inspiran mutuamente, lo que genera muchas cosas buenas. Como todos sabéis, hay muchas intenciones y compromisos para reducir las emisiones, pero muy rara vez se cumplen esos compromisos. El tiempo de hablar ya ha pasado. Lo que necesitamos ahora es actuar.
Mi mayor esperanza está en los jóvenes de hoy. En 1991 ya conocía a jóvenes de todo el mundo que habían perdido la esperanza, estaban enfadados, deprimidos o simplemente apáticos. Y me decían: “Habéis comprometido nuestro futuro y no hay nada que podamos hacer”. Les dije que eso no era cierto. Tenemos una ventana de tiempo. Si nos unimos, podemos empezar a hacer un cambio. Así comenzó el programa Raíces & Brotes del Instituto Jane Goodall.
Cada grupo Raíces & Brotes elige tres proyectos para ayudar a las personas, los otros animales y el medioambiente, porque todos están interconectados. Y lo que comenzó con 12 estudiantes de secundaria en Tanzania ahora está presente en 70 países en todo el mundo. Y estos jóvenes están plantando árboles, recogiendo plásticos y recaudando dinero para proyectos que les apasionan. Están cambiando el mundo mientras hablo.
Esperanza a través de la naturaleza, la innovación y el espíritu humano
Hay tantas razones para tener esperanza. Los jóvenes son mi principal razón. Mi segunda razón es la resiliencia de la naturaleza. A veces los humanos destruimos todo un ecosistema, pero si le damos tiempo, la naturaleza volverá. Y a los animales al borde de la extinción se les puede dar otra oportunidad.
Mi siguiente razón para la esperanza, la mayor diferencia entre nosotros y otros animales, es este desarrollo explosivo de nuestro intelecto. Y sí, otros animales son mucho más inteligentes y sensibles de lo que solíamos pensar. Hemos diseñado un cohete que subió al planeta Marte con un robot que tomó fotos. Y así vimos que nuestra esperanza de encontrar un planeta donde la vida pudiera continuar, un tipo de vida como la que conocemos, estaba condenada a fracasar.
Afortunadamente, hoy la ciencia está presentando soluciones innovadoras como capturar el carbón de la atmósfera y las energías renovables. Este es un gran paso adelante. Ojalá más personas hablaran de este tipo de soluciones tecnológicas, que son una manera de vivir en mayor armonía con la naturaleza.
Pero la naturaleza se protege a sí misma a través de los bosques, océanos, bosques de algas y humedales. Estos ecosistemas son las soluciones de la naturaleza al cambio climático. Son más baratas que algunas de las soluciones tecnológicas. Y ese es realmente el mensaje que he intentado dar en Davos: Al proteger el bosque y la Madre Naturaleza, la Madre Naturaleza nos ayudará a escapar del desastre que hemos creado.
Y mi última razón para la esperanza es el indomable espíritu humano, las personas que abordan lo que parece imposible y no se rinden, y muchas veces tienen éxito. Entonces, cuando nuestros grupos de Raíces y Brotes llegan al final de una sesión en las que reunimos cara a cara a grupos de diferentes partes de una ciudad, país o incluso mundo, se levantan y dicen: “Juntos podemos”, queriendo decir, que juntos podemos salvar el mundo. Y yo les digo: “Sí, podemos”.
Sabemos lo que debemos hacer. Entendemos las diferentes maneras en que podemos combatir y frenar el cambio climático. Pero ¿tenemos la voluntad?, ¿tienen los gobiernos la voluntad?, ¿tienen los ciudadanos la voluntad de hacer esas pequeñas concesiones? Si crees que todavía tenemos una ventana de tiempo, ¿te unes a mí para decir: “Juntos podemos, juntos lo conseguiremos, juntos debemos salvar el mundo”?
*Este artículo ha sido escrito por la Dra. Jane Goodall, Mensajera de la Paz de las Naciones Unidas y fundadora del Instituto Jane Goodall, en el Foro Económico Mundial
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